El primer poema de la historia del mundo

A veces, cuando me pongo ante el papel o el teclado, pienso en el primer poema, antes del verso, el ritmo y la escritura, antes del poeta, la poesía y la palabra, quién sabe si también antes de nuestra especie (mi visor no tiene un enfoque tan preciso). Entre los destellos que a veces iluminan como un relámpago la noche de los tiempos en la propia mente, imagino que veo lo que el primero vio: estrellas de constelaciones desconocidas, oscuridad horadada por la luna, la espesura, amenazante y protectora a la vez, de un bosque iluminado por la primera claridad del alba, el cuerpo dormido cerca, a su costado, despertando el deseo de una nueva cópula…

¿Cómo serían aquellos sentimientos precursores? ¿Qué procesos mentales acompañarían a los recuerdos gratos, a la añoranza, al éxito en la caza o al temor anticipado? Inexpresables todavía, pero esperando sin saberlo el instrumento que los manifestara: la palabra y esa libertad para lo subjetivo que reclama la poesía.

No mucho después se escucharon las primeras voces. Eran llamadas, amenazas, claves temporales, sonidos para designar lo cotidiano; lo útil, lo necesario, lo crítico para sobrevivir, en suma. Una buena estrategia para la propagación del lenguaje en tiempos muchos peores que los nuestros para la lírica. El primero lo supo, lo vio. Con astucia se aprestó a colaborar sugiriendo una expresión que designara, probablemente, todo lo que era comestible. Una artimaña para propagar un invento que sólo podía ser social, y así, con el tiempo poder expresar aquel extraño cúmulo de sensaciones que habitaban sus sueños cada noche y asombraban su corazón cada día.

Sólo mucho después, hace apenas unas pocas decenas de miles de años aparecieron los primeros versos conocidos. Estaban dedicados a la celebración de la cosecha y escritos en escritura jeroglífica por uno de los primeros poetas en el antiguo Egipto.

Y sólo hace 10000 años apareció Homero, el aedo.

Y sólo hace 6000 años en una tabla de barro encontrada en el actual Irak, esta declaración conmovedora:  “Novio mí­o, próximo a mi corazón, grandiosa es tu belleza. Me has cautivado, déjame presentarme temblorosa ante ti. Novio mío, seré llevada al dormitorio. Novio mío, has obtenido placer de mí­. Cuéntale a mi madre, que te dará delicias; también a mi padre, que te dará obsequios.”

Así que me pongo ante el papel o el teclado, consciente de la trascendencia del momento, y canto, y me  digo, primero, que un hombre es todos los hombres; y, después, que un poeta cada vez que se pone a ejercitar su oficio, más o menos experto o inspirado, eso da igual, es el primer poeta.